La minería chilena, uno de los pilares de la economía nacional, enfrenta un escenario de autocrítica y revisión profunda. Cuatro de los proyectos más emblemáticos del sector —Quebrada Blanca 2, Chuquicamata Subterránea, Inco Los Pelambres y Rajo Inca— registran significativos sobrecostos y retrasos, revelando falencias estructurales en la gestión de ingeniería, planificación y control de ejecución.
De acuerdo con un estudio elaborado por la consultora 1st Quartile Mining, dirigida por Claudio Valencia, los desvíos de inversión (Capex) alcanzan niveles preocupantes: Rajo Inca lidera con un 98% de sobrecosto, seguido por Quebrada Blanca 2 (79%), Inco Los Pelambres (69%) y Chuquicamata Subterránea (67%). Las cifras confirman una tendencia creciente en la complejidad y magnitud de los proyectos mineros del país.
Cuatro megaproyectos bajo presión
Los proyectos en cuestión comparten una característica común: fueron concebidos como iniciativas estructurales destinadas a extender la vida útil de grandes yacimientos o incorporar infraestructura crítica para su operación futura.
Quebrada Blanca 2 (QB2), de Teck Resources, buscaba convertir a la faena ubicada en Tarapacá en una de las principales productoras de cobre del mundo. Su inversión final, según la propia compañía, se situó entre US$ 8.600 y 8.800 millones, dentro del rango revisado en 2025, aunque muy por sobre el presupuesto original. Teck atribuye los retrasos a la pandemia de Covid-19, que impactó en la logística y el abastecimiento global.
En el caso de Rajo Inca, proyecto de Codelco, los sobrecostos se explican principalmente por problemas de productividad del contratista principal, lo que llevó a su reemplazo y a reajustes sustanciales en los plazos y costos. Aun así, la estatal reporta un avance físico del 93% y afirma haber “logrado mantener un cumplimiento financiero alineado con la planificación corporativa”, en palabras de su vicepresidencia de proyectos.
Por su parte, Chuquicamata Subterránea —también de Codelco— enfrentó dificultades geotécnicas en la excavación de túneles, lo que redujo el ritmo de avance y obligó a extender los plazos de ejecución más allá de la fase inicial prevista.
Finalmente, Inco Los Pelambres, de Antofagasta Minerals, que contempló la construcción y ampliación de una planta desalinizadora, experimentó demoras por cambios de alcance y paralizaciones durante la pandemia. El presupuesto final ascendió a US$ 1.860 millones, incluyendo la ampliación de capacidad de la planta.
Las causas de fondo: ingeniería y planificación
Para el analista Claudio Valencia, las razones detrás de estos sobrecostos son múltiples y se originan principalmente en la etapa temprana de los proyectos, cuando se formulan los diseños y estimaciones iniciales.
“No existe una causa única. En muchos casos, la construcción fue más lenta de lo presupuestado. La ingeniería inicial carecía de la madurez necesaria y se formularon promesas optimistas sobre plazos y rendimientos”, señala.
Valencia explica que en la industria minera existe una tendencia a sobreestimar la velocidad de ejecución y subestimar la complejidad técnica, con cronogramas basados en supuestos más políticos o corporativos que operativos. “Se aprueban proyectos con una visión demasiado optimista, lo que deriva en flujos de caja y cronogramas inviables frente a la realidad de la obra”, agrega.
“Construir bien antes que rápido”
La experiencia reciente, afirma el experto, demuestra que invertir más en ingeniería temprana podría evitar gran parte de los sobrecostos y atrasos. “No se trata de construir más rápido, sino de tomarse el tiempo necesario para construir bien, con una ingeniería madura y cronogramas realistas”, sostiene.
Según Valencia, las empresas que dedican más recursos a la definición inicial logran proyectos más predecibles, resilientes y mejor secuenciados, capaces de adaptarse a contingencias sin comprometer la rentabilidad ni la reputación.
Esta recomendación cobra fuerza en un contexto donde los proyectos mineros son cada vez más grandes, geográficamente dispersos y sujetos a mayor escrutinio público, lo que exige estándares de transparencia y trazabilidad mucho más estrictos.
Un fenómeno antiguo, pero más complejo
Aunque los sobrecostos en minería no son una novedad, Valencia subraya que la magnitud actual del problema es inédita. “La minería siempre ha tenido desviaciones, pero hoy confluyen factores estructurales: proyectos más ambiciosos, regulaciones más densas, costos globales volátiles y mayores exigencias ambientales y sociales”, detalla.
El analista también identifica un cambio cultural dentro del sector: “Durante años se toleró cierto grado de optimismo en las proyecciones. Hoy eso ya no es sostenible. Los inversionistas demandan disciplina de capital y coherencia entre lo que se promete y lo que se entrega”.
Lecciones para la industria
Los cuatro casos analizados sirven como alerta y punto de inflexión para la minería chilena. Más allá de los efectos financieros, los retrasos prolongados y los incrementos de costos impactan la credibilidad institucional, la confianza de los mercados y la competitividad del país en la atracción de inversiones.
Como concluye Valencia, el desafío no está solo en la ejecución técnica, sino en la capacidad de las organizaciones mineras para aprender de sus errores y fortalecer su gobernanza de proyectos. En ese sentido, los sobrecostos actuales podrían transformarse en una oportunidad para redefinir las prácticas de gestión y consolidar una nueva cultura de planificación y realismo operativo.